La precavida escritora advierte acerca del peligro de manipulación que se cierne sobre nuestras mentes: ojo con cornear furiosamente contra vistosos capotes hábilmente manejados, sin percatarnos de los aplausos que, desde las carísimas gradas, les granjean a quienes nos torean. ¿Quién aplaude? Un público que se divierte con nuestra furia y al que deberíamos dirigir nuestra atención, en lugar de embestir ciegamente.
Indignación teledirigida
Unos 30.000 profesores interinos han sido despedidos pero ni uno solo de religión
La indignación está tan promocionada que empieza a resultarme
sospechosa. Y no me refiero a la que se expresa con las mareas
reivindicativas, a las personas que expresan alternativas concretas bajo
el esperanzador lema de “Sí, se puede”. Me refiero a esa indignación de
salón, urbi et orbe que lanza dardos a diestro y siniestro, cultiva la
desconfianza y destroza cualquier brizna de esperanza.
En un clima de corrupción económica y política realmente calamitoso,
las noticias con más audiencia no son los capitales acumulados, ni la
supresión de derechos. Son las menudencias escandalosas las que obtienen
un éxito espectacular de audiencia. Cuanto más miserable y ruin es el
hecho que se denuncia, más atrae nuestra atención: el precio de unos
cubalibres, el gasto de un teléfono, el uso de un coche oficial o un
correo privado del empalmado consorte.
Tengo la sensación de que quieren dirigir mi indignación como se
amaestra un caballo desbocado, colocando anteojeras que cierren su campo
de visión y obligando a dar vueltas sobre un imaginario círculo.
Que sí. Que qué quieren que les diga. Que me parecen muy mal los
cubatas del Congreso a tres euros. Que las fuerzas políticas han quedado
como cagancho subiéndose a escondidas unas dietas por asistencia. Que
ya he visto tropecientas mil veces el mismo reportaje sobre el
aeropuerto de Castellón… Que es más que evidente que a la política en
nuestro país le hace falta un terremoto de transparencia, de honradez y
de sobriedad. Pero no van a convencerme de que los sueldos de los
políticos y el gasto público hayan sido los responsables de la actual
crisis, sencillamente porque no es verdad.
Mi correo se inunda de datos falsos sobre el número de políticos en
nuestro país. La campaña antipolítica no tiene fronteras, abarca desde
la extrema derecha a la extrema izquierda con similares argumentos. No
me cuentan, por ejemplo, que frente a 10.000 políticos que cobran
salario público existen 13.000 profesores de religión pagados a nuestra
costa. Tampoco me dicen que 30.000 profesores interinos han sido
despedidos pero ni uno solo de religión aunque sus aulas están cada vez
más despobladas ¿Es esto demagogia? Sin duda, pero es solo un ejemplo
para jugar en la misma liga argumental. Tampoco me informan dónde han
ido a parar los 40.000 millones que hemos dado a la banca arrancados
directamente de nuestros recortes sociales. Claro. Como no se lo han
gastado en cubatas a tres euros pues no tienen el mismo interés
periodístico. Y es que en el mundo de la propaganda “menos es más”. Para
que una noticia “venda” es preciso que sea familiar, reconocible y
personalizada. Las grandes cifras, los grandes mangantes, carecen de
historia, de rostro, de esa cotidianidad menuda con la que se alimenta
nuestra domesticada indignación.
El verdadero poder es anónimo y oculto. Realmente no estamos
indignados contra él porque no podemos ver sus rostros. Nos han vendido
un relato mucho más maniqueo y entretenido. Viendo el riesgo de incendio
de la calle, han decidido echar a los leones a los representantes
políticos. Muchos lo merecen, no digo que no, pero deben ir acompañados
de sus promotores. Si la democracia se chamusca un poco, no les
preocupa. Nunca les ha importado.
Por eso la indignación contra el poder político es hoy un valor
seguro. Hay quien se indigna incluso contra las causas justas y
despotrican con ardor contra el minúsculo gasto en las escuelas de los
programas de igualdad de género, los libros de texto gratuitos o contra
la cooperación internacional. Da lo mismo.
No faltan motivos justos para la indignación pero, con excepción de
los jóvenes que se han dado de bruces con la crisis, me sorprende la
intensidad de este sentimiento. Muchos han pasado del conformismo más
sumiso a la indignación más virulenta con la rapidez del rayo. No creo
que sin un proceso reflexivo, de propuesta y de alternativa pueda
construirse nada a lomos de este caballo. Porque con la misma fuerza que
surge, se esfumará ante el primer brote verde del mismo podrido árbol.
@conchacaballer
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