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En
estos momentos de crisis, no sólo financiera, sino también de
valores, es cuando más se puede constatar la pervivencia de
distintas clases sociales: por un lado “los nuevos burgueses”,
por otro las clases trabajadoras y finalmente los excluidos. Ni los
más pobres ni las clases privilegiadas notan la crisis. Los primeros
porque injustamente jamás han tenido, ni en tiempos de bonanzas ni
durante crisis económicas y los segundos porque, ahora más que
nunca, disfrutan de sus riquezas mientras que el pueblo trabajador
paga por su egoísmo y sus “caprichos”.
Ejemplos
de estas” famosas” clases privilegiadas: la Familia Real, los
grandes empresarios, los presidentes de gobierno, la Casa de Alba…
Todos
ellos fomentando y alimentando los diversos tópicos españoles:
tradicionalistas, de los símbolos de la patria, el respeto a la
autoridad, la vida como una fiesta, el despilfarro, el nulo espíritu
revolucionario, el conformismo… anclados en un pasado que no
permite que la sociedad avance.
Esta imagen tópica de
España ha sido favorecida por una parte de los ciudadanos, que
alardean de sus riquezas y de su posición social, sin prestar
interés interés por elegir a “un buen guía espiritual” y a
nivel de reformas sociales, políticas, económicas que ayude a
mentalizar al pueblo creando una actitud de cambio, fomentando el
bienestar social y sobre todo haciendo justicia.
Me gustaría en este
momento del artículo cambiar de tono; dejar a un lado las
generalizaciones y los tópicos y continuar con el ejemplo de
aquellos jóvenes diferentes y emprendedores, con necesidad de
expresar sus inquietudes. Artistas natos que inundaron sus obras de
espíritu revolucionario, de críticas sociales. Dejaron a un lado la
inutilidad de las armas y apostaron por la fuerza de las palabras. Me
refiero a los grandes escritores de nuestra literatura contemporánea:
Machado, Lorca, Valle-Inclán, Cernuda… Todos, personajes
cuestionados y rechazados por el régimen. Personajes brillantes, con
ganas de cambiar el mundo, con ganas de integrar a todo el pueblo en
las labores sociales. Grandes admiradores de la riqueza espiritual y
pobreza material, como Miguel Hernandez. Todos ellos mostraron en su
poesía y sus obras este descontento de una sociedad conformista y
muy ligada a la tradición, como podemos ver en el poema de Antonio
Machado “El pasado efímero”.
¿Y nosotros, los jóvenes
de hoy en día? ¿Nos parecemos a ellos? ¿Mostramos ese mismo
interés por nuestro futuro, o nos parecemos más a el típico
españolito que “vive de la renta”? La España de comienzos del
siglo XXI no se parece en nada a la de comienzos del siglo XX. Cada
vez dependemos más de nuestros padres, vivimos rodeados de
comodidades y dependientes cien por cien de las nuevas tecnologías
que, muchas veces y por el mal uso que hacemos de ellas, en lugar de
abrirnos puertas, “¡nos las cierran con un portazo!”
Probablemente si Lorca o
Machado se pasearan por la España de nuestro días, escribirían
sobre la juventud pasiva, poco comprometida, con un futuro que muchos
ya esperan y conocen, comparándoles con “aquella cigüeña que
retorna cada año al campanario”, sin esperar nada nuevo, con la
intención de provocar otra actitud . Y es que si no son los jóvenes
quienes apostamos por el cambio y por construir un futuro mejor para
sí mismos y para los suyos, ¿quiénes van a estar dispuestos a
ello? ¿Nuestros gobernantes? Lo dudo.
C.H.P.
I.M.C.
La crisis de la España vigente no es
sólo económica, sino también de inteligencia, de desinterés y
apatía por conocer lo que verdaderamente nos incumbe y, por ende, de
futuro. Esta desgana trasladada al conocimiento es la que facilita a
nuestros elocuentes gobernantes la manipulación del pueblo al tomar
el poder prometiendo medidas que posteriormente no se cumplen. Así
pues, el ejemplo del español actual cumple con creces los rasgos de
aquél que nos describió Antonio Machado en su poema “Del pasado
efímero”, aquél que “bosteza de políticas banales” y que
sólo se anima “al evocar la tarde de un torero”
A todo lo dicho hay que unir, además,
las ingentes desigualdades de clases sociales que hay en nuestro
país. En pleno siglo XXI es indigno ver cómo las clases pudientes
depositan sus fondos en paraísos fiscales mientras la clase humilde,
que es la que realmente está sufriendo la crisis, vive ahogada
económicamente a causa de la política fiscal restrictiva del actual
Gobierno. Y precisamente es el actual Gobierno, ése al que muchos
españoles le dieron su voto de confianza en las pasadas elecciones,
el que también se ha unido al festín con escándalos de corrupción
política como el famosísimo “Caso Bárcenas”. Tampoco hay que
olvidar en esta lista de inmoralidades a la Casa Real que , con
sucesos como el caso Nòos o la caza de elefantes en Bostwana por
parte del rey, sigue “mordiendo de la mano” de aquéllos que les
sustentan. Es indudable que estas desigualdades a las que nos
referimos vienen dadas por el sistema y, por ello, debemos de
introducir al español apático en la senda del cambio.
Pero ¿es comprensible esa apatía en
la actualidad? En parte sí podría ser entendible ya que hoy en día
son dos partidos (PP y PSOE) los que constantemente se suceden en el
poder y está vista y comprobada la incapacidad de ambos para
solucionar el caos actual. Sin embargo, de esta incapacidad es de
donde debemos extraer conclusiones y ser conscientes de que el cambio
no debe ser “cual torna la cigüeña al campanario” sino un
cambio radical protagonizado por el pueblo, un pueblo que, en el caso
de trabajar unido, podrá dar claridad al lóbrego futuro que se
vaticina.
I.M.C.
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